miércoles, 13 de abril de 2011

Tres cabezas tenía la luna.






















Tres cabezas tenía la luna
y eran cuarenta sus pisadas
sobre la vereda inmóvil.
Aquellas noches de portal abierto
éramos todo lo que existir quería.

La inconveniente tristeza
fue la exacta herramienta,
la ayuda impertinente,
el anís que acompañó,
nuestra notable historia
de aullidos y risas duras.
Fue cuando el viento
se entretuvo con el agua.
Fue cuando el mercurio
brilló pálido y absorto.
Fue cuando nuestra lluvia
al mover su falda al ras
partió en dos la noche
y atropelló prolija y clara
sobre tus ojos y mi frente.
Fue la noche suntuosa y azul
la que nutrió la madrugada,
y el sol, navegante sensitivo,
pudo definir el rojo satisfecho
de ese viejo sillón dormido
en el cual mi dócil cuerpo,
paladeó asombrado la marea
incesante de tu anatomía.
En tu espalda y en tus talones
y en los rincones de tu pecho,
supe mantener mi nombre firme
y juntos, sin pausa y con destreza
dominamos al caballo placentero.
Fue detrás de tu mirada inquieta,
en el suave golpeteo de tu olor
y en la sintaxis de tu cadera,
donde para siempre conocí
la nomenclatura del miedo.
Del miedo a no volver jamás
a tu húmedo portal ya conocido.

Tres cabezas tenía la luna
y eran cuarenta sus pisadas
sobre la vereda inmóvil.
Aquellas noches de portal abierto
éramos todo lo que existir quería.
Verso y dibujo:
bb